viernes, 2 de febrero de 2024

40 MINUTOS

© Laura Pintamonadas

Evidentemente no fue un buen post. Lo supe yo y lo supo todo el mundo. ¿A quién podía interesar un ranking sobre cuáles eran las profesiones más follables? Y, sobre todo, ¿qué ranking era ese que colocaba en lo más alto una profesión tan extraña como “politóloga experta en redes sociales”? No era fácil de entender.

Desde que escribo este blog me pasan cosas extrañas. Recibo cartas de amor, me agregan en las redes sociales y cada vez que alguien me abre una videoconferencia vía messenger lo primero que hace es enseñarme la polla. No digo que esté mal, la verdad es que a veces se ven cosas curiosas, pero he comprobado que escribir un blog sobre sexo hace que todo a tu alrededor cambie. Lo sé, soy consciente de ello y por eso me decidí a utilizarlo.

Un ranking de profesiones follables sólo puede estar encabezado por una politóloga experta en redes sociales si dicha politóloga tiene nombre y apellidos. En este caso los tiene. Concluí mi anterior post con un “quien quiera entender que entienda”. Evidentemente se trataba de un mensaje. Estaba lanzando y solo faltaba que la persona en cuestión lo recibiera y reaccionara. Así fue, lo entendió y se puso en contacto conmigo. Había puesto las cartas sobre la mesa. Había dejado claro que era lo que esperaba de ella: quería un polvo de película. Me envió un primer mensaje para cerciorarse de que no se trataba de ninguna broma. Era un mensaje escueto pero bastante claro en el que simplemente me decía que le sudaban las manos. No tardé ni un minuto en contestar que las mías también estaban bastante mojadas. Un minuto después envié otro en el que explicaba que mis manos no era lo único que tenía húmedo en ese momento. En los mensajes siempre me envalentono.

Me quedé esperando sin despegar los ojos del móvil durante más de una hora. No hubo respuesta. ¿Podría haberse echado para atrás? ¿Había dicho algo fuera del guión esperado? ¿Era yo la única que quería jugar a ese juego? Durante la espera me llegó un mensaje de Silvia, periodista recién licenciada, en el que me preguntaba cuáles eran sus posibilidades reales. Al principio no lo entendí pero luego me di cuenta de que en el número dos de mi ranking había situado a las estudiantes de periodismo. Si en vez de ser Silvia (la periodista), se hubiera tratado de Silvia (la heterosexual) me habría lanzado a contestar como una posesa pero, de momento, Silvia (la periodista) no pasaba de ser un plan B. O quizás C.

Han pasado seis horas. Son las nueve y media. Pongo ‘El Intermedio’ en busca de mi ración diaria de Beatriz Montañez. Me suena el móvil. ¡Es ella! “Sabes dónde vivo. Tengo libre hasta las once. Si te das prisa te espero”. Calculo que tardo más de media hora. No podré llegar hasta pasadas las diez. Da igual. Corro a comprobar mi aspecto en el espejo, cojo dinero para un taxi y me lanzo desesperada a la calle. En el trayecto me doy cuenta de que he olvidado las llaves. Mierda, mierda, mierda. Escribo: “estoy de camino”. Enviar. Recibo: “date prisa”. Le pido al taxista que acelere y me contesta que si me creo que estoy en una película de Almodóvar. Confirmado, los taxistas son gilipollas. Llegamos. Me bajo del taxi. Frente al portero automático se me acelera el pulso. ¿Se puede morir de una taquicardia a los veintisiete años? Sin darme tiempo a llamar y escucho un “sube, corre” por el interfono. Me falta el aire. Me está esperando con la puerta abierta. ¡Dios, no se puede estar más buena! Me llama zorra, me come la boca y nos corremos mientras en la tele Wyoming pide un aplauso para Beatriz Montañez. Le diría lo maravillosa que es pero no quiero perder el tiempo, aún nos quedan veinte minutos.

A las once menos cinco me pone en la calle y yo tengo que cruzarme Madrid, hasta la Ciudad de los Periodistas, para ir a buscar un juego de llaves hasta casa de mi madre. Sonrío.

Publicado el 14 junio, 2011 a las 11:53 por Beta.

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