Acamparon tres hormigas sobre la nariz de un hombre dormido en el sol, después de saludarse una a otra con el saludo de su tribu, comenzaron a dialogar.
Y dijo la primera: “¡Que desiertos y estériles están estos collados y valles; en mi vida he visto semejante penuria! He buscado todo el santo día un granito de trigo y nada pude hallar.”
Y le contestó la segunda: “Yo, como tú, en vano he buscado en los últimos rincones de la parva. Pero dime, hija de Salomón, ¿no estaremos paradas en la zona que mi tribu llama la tierra blanda y movible donde nada florecerá sobre su faz?”
Ante las razones de sus compañeras, dijo, entonces, la tercera, levantando con orgullo la cabeza: “Escuchadme, compañeras: nosotras estamos ahora acampadas sobre la nariz de la hormiga gigante, la omnipresente y eterna, la hormiga cuyo cuerpo gigantesco no nos es dado ver y cuya sombra sin fin está fuera de nuestras facultades definirla. Su voz es tan alta que nuestro pobre oído es incapaz de escucharla. Esta es la hormiga gigante, la eterna, que llena el mundo con su ser…”
No bien terminó la hormiga tercera semejante filosofía cuando las compañeras se miraron entre ellas haciendo una guiñada sarcástica y burlesca de la bobería de su compañera.
En aquel momento se movió el hombre en su profundo sueño. Levantó la mano y, rascando sus narices, aplastó las tres hormigas.
Khalil Gibran
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