Cierto niño educado en una aldea
Al regresar a casa de sus padres
Que estaba en la ciudad,
Quedó muy sorprendido al ver su imagen
Copiada en su espejo.
Comenzó por mirarse y remirarse
Con cierta complacencia,
Mas de pronto, sin más ni más, se hace
Una mueca de burla.
(Este cambio, en los chicos y en los grandes
Se da con gran frecuencia:
Tras el amor, la mofa y el ultraje).
Hace una mueca, pues: mas el espejo,
En aquel mismo instante
El gesto le devuelve.
¡Oh, que enojo el del niño! Ante el desplante
Levanta el puño en amenaza fiera…
Pero al punto, también ve levantarse
El enemigo brazo.
Fuera de sí, trata de golpearlo,
Mas está entre los dos el duro espejo,
Y tan solo consigue lastimarse.
Esto aumenta su ira.
Vedlo desesperado ante el brillante
Cristal; bracea, grita, tiembla y llora.
Se le acerca la madre,
Que de toda la escena fue testigo,
Y después de enjugarle
Las lágrimas, le dice dulcemente:
“¿No fuiste tú, hijo mío, el que incitaste
La burla que ha enojado a ese otro niño?”
“Sí”, responde el culpable.
“Entonces no te quejes. Mira, ahora
Que tú ríes, como él lo mismo hace.
Tú le tiendes los brazos,
Y el igualmente trata de abrazarte.
Así, es el mundo hijito:
Harán contigo lo que tu hagas antes.
Florián
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